miércoles, 19 de septiembre de 2007

Al encuentro del anillo


Aunque lo parezca no es el título de ninguna nueva película sobre orcos y elfos. Hace ya varios días que tenía en mente hacer una salida larga por el anillo ciclista y hablando con mi hermano Jesús tuvimos la genial idea de salir cada uno en un punto diferente del recorrido hasta encontrarnos. Para haceros a la idea vivimos en extremos opuestos de Madrid así que la carrera iba a ser larga.

Pensando que me llevaría alrededor de tres horitas llegar hasta su casa y echando cuentas, tendría que salir alrededor de las cinco de la tarde, con todo el calor y por el asfalto (uf).

Comí un poco de pasta a la una y media y preparé todos mis "bártulos", ipod, botellita con aquarius, carnet, móvil, etc. A las cinco menos cuarto y con un calor de aupa (los hombres del tiempo no aciertan ni una) mandé el SMS, "saliendo" a mi hermano para que hiciera sus tiempos.

Las primeras sensaciones fueron buenas, no me dolían las rodillas y llevaba bien el ritmo. En el kilómetro siete remojé mi gorra en una de las fuentes del recorrido y el crono marcaba 36 minutos. A partir de ahí hay un tramo de mucho sol a través de parques pero se lleva bien. Más o menos a los 10 kilómetros hago mi primera llamada para tranquilizar al personal (que se ponen muy nerviosos) y relleno la botella en otra fuente.

La última fuente del camino está más o menos en el kilómetro 15 así que bebo bastante y vuelvo a rellenar. A partir de ahí no hay agua, ni agua ni nada porque el anillo se mete a través de caminos de arena y carretera hasta llegar a la Casa de Campo.

Kilómetro 22, Casa de Campo de Madrid, y llevo corriendo una hora y cincuenta minutos. Aquí hago una parada técnica para comprar un aquarius en una tienda "chunga" de ultramarinos que está siempre abierta. Con el traqueteo me entró hambre y pensé en comprarme algo salado pero como sólo llevaba dos euros encima no me dió más que para la bebida. Ni siquiera pude comprarme unos Lacasitos.

Llamada a mi hermano, está entrando en la Casa de Campo. La verdad es que ha estas alturas me encontraba bastante mal. Me costaba avanzar. Es la primera vez que me han dado calambres en las piernas y la sensación es bastante desagradable pero no podía parar, me había propuesto correr hasta encontrarnos y eso era exáctamente lo que iba a hacer.

Tenía tanta hambre que incluso pensé en acercarme a alguna familia que estaba merendando a pedirles lago de comida pero me dio vergüenza. Pasado el lago el camino tomaba varias direcciones y no sabía por donde seguir. Vuelta llamar por teléfono. Mi hermano va por un camino lleno de árboles y acaba de pasar al lado del zoo, joder, esto está lleno de árboles. Lo mejor era preguntar y por suerte había una pareja de policías municipales que me indicaron el camino y justo entonces... ¡tachan!, al fondo apareció mi hermano. Dos horas y diez minutos.

A partir de ahí seguimos hacia su casa deshaciendo el camino que él había corrido. Ninguno de los dos nos encontramos muy bien pero yo no puedo parar porque me duelen demasiado las piernas y si lo hago no voy a poder ponerme en marcha de nuevo. Mi hermano hace tramos andando y corriendo y yo mientras corro en círculos alrededor suyo, la cosa es no parar. Los calambres empiezan a ser muy fuertes y ya no puedo más. Dos horas treinta y cinco minutos y 28 kilómetros a mis espaldas.

Me parece mentira que todavía queden 14 más para terminar un maratón. En este momento lo veo imposible, pero todavía quedan siete meses para el Mapoma y eso es mucho tiempo para entrenar. Tengo previsto hacer una salida de estas cada mes para comprobar los avances que hago.

Al día siguiente sólo tenía un poco de agujetas (joder, si hacía un año que no sabía lo que era eso) y hoy estoy preparado de nuevo para salir. Este año estoy dispuesto a ser maratoniano y nada (espero) me va a parar.