
En mi empeño por terminar algún día un maratón salí el sábado a correr por el anillo verde ciclista a dejarme las rodillas. Ya conozco la mitad del recorrido, toda la zona norte y oeste, así que me propuse investigar el resto.
Salí temprano, a las 17:30 horas, pero teniendo en cuenta que anochece tan pronto sólo tuve una hora de luz. Al principio no tuve buenas sensaciones, mis órganos internos tenían la necesidad de vaciarse y no encontraba lugar donde pararme así que no quedaba otra que seguir adelante.
Los tiempo eran los previstos, llevaba un ritmo de 5 min/km, que es mi ritmo normal, y en poco más de una hora estaba llegando a Vallecas. Hice mi parada técnica (vaciado de vejiga) y me puse de nuevo en marcha, esta vez con mejores sensaciones.
Descubrí algunos parajes realmente espectaculares, de película. Por algunas zonas el camino serpenteaba dentro de arboledas, que cubrían la poca luz que reflejaban las farolas de la carretera, así que solamente se veía la línea pintada del camino que se perdía entre los árboles. Semáforos de tren que iluminaban los túneles llenándolo todo de un rojo intenso, grandes paseos que cruzan parques y vistas de Madrid espectaculares, todo intensificado por la soledad del corredor.
Hasta ahí era todo perfecto, no podía durar mucho. Cuál sería mi sorpresa cuando en mitad del camino se planta una caseta de ladrillo (y cuando digo en medio es literal) y el camino se acaba. No hay por dónde seguir y yo en medio de una zona industrial rodeado de vías de tren, chabolas y por supuesto nadie a quien preguntar. No quedaba otra que desandar lo andado a ver si encontraba el punto donde me había confundido. Por suerte me encontré con un par de ciclistas que me indicaron no peder de vista el hospital 12 de Octubre. De todas formas no volví a ver el anillo por ningún sitio y además tuve que echar patas para salir lo más pronto posible de unas zonas nada recomendables para nadie.
Total, que di más vueltas que un tonto y todo por culpa de una señalización más que defectuosa. Desde aquí un tirón de huevos al responsable del Ayuntamiento encargado de señalizar el anillo vede.
Al final conseguí ubicarme y me planteé llegar a casa de mi hermano Jesús. Empezaba a sentir los primeros calambres en las piernas, de hecho ya llevaba corriendo dos horas largas, y pensé abandonar en varias ocasiones pero la cabezonería que me caracteriza parecía impulsarme a seguir hasta cumplir mi objetivo.
Cada semáforo en rojo era un alivio para poder estirar los músculos. Tres horas más tarde llegaba a mi destino, la calle Pingüino. Nada más y nada menos que 33 km. y 200 metros. Sólo pensar que me quedan 9 km. más para poder terminar un maratón me desmoraliza.
Así que desde aquí mi homenaje a todos los valientes que se atreven a correr un maratón y mi más sincera envidia a los que consiguen acabarlo.