jueves, 17 de mayo de 2007

IX Edicion de los 100Km

El día había llegado. Estaba mentalizado. Me asomé a la ventana y algunas nubes advertían de la posibilidad de lluvias. Me despedí de mi entonces novia (ahora esposa) y me dirigí al metro donde había quedado con mi primo Sergio y su novia (ahora esposa) con dirección a "Las Musas" donde se encontraba el estadio de la Peineta, lugar de salida y llegada en ediciones anteriores. Este año se presentaba también mi hermano Oscar con su mujer y un montón de vecinos. Es más divertido cuanta más gente viene pero también te obliga a llevar otros ritmos. Por eso, cuando llevábamos unos cuantos kilómetros nos fuimos separando. Por supuesto brindé con una barrita energética cuando pasé por "mi arbol", ese en el que me quedé tirado el año anterior, cuando por problemas de hidratación me dió la tremenda "pájara", justo al lado de la estación de tren de El Goloso. Sorprendentemente este año me encontraba muy bien.

Como temíamos empezó a llover. A mucha gente le viene muy bien, a mi no. No me gusta caminar mojado. Puede ser agradable al principio, pero con el sudor la ropa no se seca y al final resulta muy incómodo. Me caló toda la ropa de repuesto que llevaba. He cometido el error todos estos años de no dejar ninguna bolsa en los polideportivos, lo llevo todo encima.

Llegamos a Tres Cantos. Un par de "Actimel", revisión de pies y en marcha. Camino a Colmenar por esa carretera eterna llena de agujeros. Cuando llegamos aún era de día. Era la última etapa para Begoña, la novia de mi primo Sergio. Mientras nos cambiábamos de camiseta y calcetines llegaba mi hermano con todos los demás. Sus mujeres que hacían de apoyo me ofrecieron un plato de ensalada de pasta que me sentó de maravilla porque uno acaba hasta las narices de las barritas. Me lo comí por el camino, no había tiempo que perder. Mi primo y yo nos despedimos de los demás hasta Tres Cantos de nuevo.

Este es el primer tramo que se hace de noche y la verdad es que tiene mucho encanto oir a las ranas, los grillos y demás gente que va cantando. Llegamos a Tres Cantos y allí estaban mi novia Eli y mi prima Arancha (hermana de Sergio). Recuerdo que después de la parada me costó horrores volver a ponerme en marcha. Era sólo el principio.

La llegada a San Sebastián de los Reyes fue un poco dura y sobre todo la puesta en marcha, parecíamos zombis. Además, como no tenía ropa de repuesto recuerdo que me dió una temblequera que no se me quitaba con nada. Metí mis manos en válgase las partes (imaginad cuales) que debido a la irritación de mis muslos era la única zona templada de mi cuerpo buscando entrar un poco en calor. Ni con esas.

Aquí empezó la verdadera prueba. Me dolía todo, los pies, los muslos escocidos, la espalda... No sabía donde ponerme la mochila. Esto no se acababa nunca. Contínuamente pensaba, en cuanto haga la próxima parada me voy a casa, yo no tengo que demostrar nada a nadie, ya he hecho más de lo que pensaba que podría hacer. Pero claro, quedarse al lado de un tío de la organización que tiene una mesa en medio de la nada no era lo que más me apetecía. Así que sigues andando.

De repente empiezas a reconocer el terreno, hace tiempo que ha amanecido. Estás en IFEMA, kilómetro 92. En este momento no te vas a parar, solo quedan unos kilómetros para llegar.

Madrid está vacio, a lo lejos puede verse la Peineta. La calle se ve regada de zombis andando como muertos. Yo también soy uno de ellos. Se me hace eterno, el estadio no llega nunca. De repente una cuesta arriba muy larga me acaba de hundir. Sergio sube corriendo (ya había dicho que era superdotado) mientras, yo sigo andando como puedo y me noto que estoy haciendo pucheros. El dolor es imposible describirlo si no has estado en esa situación. En lo alto de la cuesta me espera Sergio riéndose. Cuando llego a su altura me doy cuenta de por qué se reia. El estadio de La Peineta está a escasos 300 metros. Se me olvidan todos los dolores, camino como si nada y entramos en el estadio. Se oye a lo lejos el Aleluya de Haendel y entramos en la pista. ¡Qué subidón!. Decidimos hacer la última vuelta corriendo (como puedo) y cruzamos la meta y la cinta que dos chicas te sujetan (es un detallazo).

Te dan el diploma y un polo cutre, que para tí es el mejor reconocimiento del mundo. 19 horas y 50 minutos. Mi hermano llegaría dos horas más tarde con Mónica, su mujer y sin nunguno de los vecinos que habían ido cayendo por el camino.

Recuerdo que cuando llegué a casa le pedí a Eli que no me dejara hacer esto nunca más.

Y aquí estamos. A los quince días ya estaba pensando cómo lo haría el año siguiente.

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