Todavía me estoy planteando cómo empezar este post. He perdido la costumbre. Me envuelven un montón de sentimientos y de emociones cuando vuelvo a leer lo que escribí (y viví) hace ya tantos años. La última vez fue en 2014 y me reconozco vagamente en la persona que era. Han pasado tantas cosas, se ha ido tanta gente...
Sería genial comenzar diciendo que han sido unos años geniales pero por desgracia no ha sido así. Está claro que vivir una pandemia mundial es algo que nos habrá marcado a todos pero en mi caso queda en un segundo plano. A la pérdida de mi padre se le sumó pocos años más tarde la de mi madre. Los dos se fueron de mala manera, de aquellas que esperas no ver nunca más. Ningún sufrimiento descrito en este blog puede superar lo que ellos pasaron. Pero como sucede en las carreras más duras, todo pasa y también esto pasó.
Él fue siempre una inspiración, alguien en quien reflejarme. El que me enseñó a superar muchas barreras. Pero sobre todo me enseñó a ser noble y recto en la vida, y con los años me doy cuenta de que me parezco cada vez más a él.
Gracias papá.
Ella era mi seguidora más fiel. Tengo sus comentarios en casi todos mis textos y me hace mucha ilusión volver a leerla. Nunca me entendió, nunca compartió mi pasión por correr y siempre sufrió por ello pero jamás dejó de apoyarme. Siempre estaba allí, la primera. Y ella ¿qué me enseñó? A amar sin límites, como sólo ella sabía hacer.
Gracias mamá.
Pero esto es un blog de carreras y de atletismo y eso debe seguir siendo. Así que al lío.
Llevo muchos años con una espina clavada por la distancia del maratón. siempre ha sido una carrera que se me resiste. Me he topado tantas veces con el dichoso muro que me parece que ya le han puesto una placa con mi nombre.
En 2011 lo intenté por última vez y fue la peor. Mi entrenamiento había sido brutal, me encontraba en mejor forma que nunca, jamás he vuelto a estar así de fuerte. Por eso mi decepción fue tan grande. Tanto que me olvidé de intentarlo de nuevo.
He hecho más cosas después y más duras, sin duda, pero el maratón... le tenía pánico.
Acabé bastante tocado tanto física como psicológicamente de tanta carrera, de tanto sufrimiento y de esa mochila que supongo que todos los corredores llevamos a cuestas, que cada año se hace más pesada y que va cargada de retos y ganas de superarse.
Decidí que lo mejor era tomarse un tiempo de descanso, nada de carreras. Entrenar sí, claro, eso no he dejado de hacerlo, pero sin ningún tipo de objetivo salvo el de la salud.
Hace un par de años, justo antes de la pandemia, decidí que quería volver a intentarlo. Acompañé a mi hermano Óscar durante algún tramo en dos ocasiones en el maratón de Madrid y esas cosas pican en las heridas. Pero el planteamiento era totalmente diferente al de aquellos años. DISFRUTAR. Ese era mi objetivo. De hecho lo es desde hace algunos años en cualquier cosa que hago. Lo de las marcas y los tiempos ya quedó atrás. Estuvo bien mientras duró pero ahora siempre que me pica la curiosidad pienso eso de, ¿qué necesidad hay? y se me pasa rápido.
Pero como he dicho, eso fue justo antes de la pandemia, así que cuando iba por la mitad del plan... confinamiento. Adiós a todo. Tocó pensar en otras cosas, sobre todo en sobrevivir y cuidar a los míos.
Y lo hicimos, y la mayor parte de la sociedad lo hizo de lujo y me alegro muchísimo. Cuando queremos somos capaces de cosas increíbles.
Y vinieron las vacunas y las diferentes olas de contagios y las nuevas cepas de virus y las salidas con miedo y la jodida mascarilla que no había manera de quitársela...
Pero como comenté al principio, todo pasa. Y ha pasado, de momento ha pasado.
Así que en noviembre me volví a apuntar al maratón de Madrid. Con miedo, con ganas y con mucho respeto a esta prueba que se ha atragantado tantas veces. Es más, rellené mi inscripción saliendo a duras penas de una lesión que me ha hecho pasar por el fisio y que me tuvo bien jodido durante más de un mes. Llevo tanto tiempo pasando por lesiones que se me ha olvidado cuándo corrí por última vez sin dolor. Pero tenía un buen plan, bastante duro pero conservador que me había pasado mi primo Carlos, fiel desde hace muchos años a esta prueba, y me lo iba a tomar con calma y con cabeza, algo realmente nuevo en mi manera de entrenar.
Total, que empecé mi plan de 12 semanas con un poco de temblequera en las piernas. Cualquiera que haya entrenado para un maratón sabe que lo duras que son esas semanas interminables así que es normal estar nervioso. Cuestas, series, tiradas, más series, más tiradas... Y cada día era una marca más en el calendario. Una más, una menos. Eso me decía cada semana.
Y el plan iba dando sus frutos. Cada semana me parecía que iba a reventar y sin embargo me sentía cada vez más fuerte. Las series salían mejor de lo pensado, incluso las disfrutaba y las tiradas eran cada vez más largas y más placenteras. Aunque nunca fue mi objetivo marcarme tiempos por encima de lo escrito en el entrenamiento la verdad es que lo he superado con creces. Todo eso lidiando con una tendinitis de pata de ganso que encendió todas las alarmas en más de una ocasión y que me obligó a tomar todas las medidas que conozco para paliar en la medida de lo posible el dolor y seguir entrenando sin problemas. Así que me he visto dos meses corriendo con vendajes kinesiológicos, que sorprendentemente han funcionado a la perfección, además de masajes, estiramientos y cremas varias.
Y como no paro de decir, todo pasa, y las semanas también pasaron y llegué al último entrenamiento, 25' + 5x1000 + 15', y mientras me dirigía al circuito donde suelo hacer las series me iba emocionando como cuando acabas una larga carrera. Se me llenaron los ojos de lágrimas porque yo soy muy llorón con estas cosas (los que me habéis leído ya lo sabéis). Lo había conseguido de nuevo. Ya había corrido mi maratón personal y lo había vencido. Por fin. Lo que pasara el día de la carrera me importaba poco. La verdadera carrera está en esas 12 semanas. Y la había terminado con nota.
El trabajo estaba hecho, la carrera preparada y justo la noche antes me da un dolor de cabeza de esos que te desesperan. Intentar dormir así era imposible. Total, que decidí tomarme un paracetamol que no me hizo nada. Y con la tontería iban pasando las horas, eran las 3:00 am. y yo con los ojos como platos, dando vueltas por el salón y con un estado de nervios tremendo. ¿Puede ser que me haya tirado tres meses entrenando para que todo se vaya al traste en la última noche? ¿habré cogido el covid justo ahora? Es que no podía ser, ya sería el colmo.
Decidí que era mejor no pensar así que me puse la radio y me intenté relajar. Y aunque no fuera la mejor solución es lo mejor que puede hacer. Al menos pude dormir tres horas antes de que sonara el despertador. ¿Y qué pasó? Pues que milagrosamente me encontraba bien. No estaba especialmente cansado y el dolor de cabeza había desaparecido. Bien.
Desayuné un buen café largo y una tostada y me vestí. Al poco estaba saliendo de casa muy tranquilo y con muchísimas ganas de volver a correr.
Allí estábamos de nuevo, mi primo Carlos, una migo suyo, Rafa y yo, en la línea de salida de la 44º Maratón de Madrid. El tiempo era perfecto. Las tormentas y el viento que nos había acompañado las semanas anteriores se fueron con mi dolor de cabeza.
El plan era sencillo, ir tranquilos, sin prisa y disfrutar todo lo que pudiéramos de la carrera. El tiempo nos importaba poco pero deberíamos ir controlando para no pasarnos y pagar la broma en los últimos kilómetros.
Agradecer a todo el público los ánimos fue constante en la carrera
Me lo estaba pasando pipa. Todo el tiempo hablando, riendo, compartiendo experiencias, ocurrencias...
De repente nuestro compañero Rafa tuvo que abandonarnos de manera repentina por problemas intestinales que requerían tomar medidas inmediatas.
Con un ritmo muy cómodo llegamos a la media maratón en Moncloa y pensé que sólo quedaba la otra mitad, pero sin miedo porque las piernas estaban genial y el ánimo por las nubes.
En Príncipe Pío me estaban esperando Hugo y Eli, a la que le había encargado darme un par de geles de los que nos habían entregado en la recogida del dorsal.
Empezaba a hacer calor y los manguitos ya sobraban
Fue un buen momento para ese subidón de energía y emoción que necesitábamos. Llevábamos ya 27 kilómetros a la espaldas y ahora venía uno de mis puntos negros de esta carrera, la Casa de Campo.
En la entrada nos acompañaría Eduardo, otro amigo de Carlos con el que he compartido alguna que otra carrera. Nos vino genial la compañía porque a esas alturas ya empiezan a escasear las ganas de hablar, y la cabeza comienza a tener malos pensamientos así que lo mejor es charlar de cualquier cosa. Y eso hicimos. Hablando y riendo llegamos al final de la Casa de Campo, esa cuesta infernal y rompe-piernas del kilómetro 33. Yo apreté el culo y me lancé sin miedo y la verdad es que no se me hizo tan dura. Seguía fuerte y con muchas ganas.
Pasado el tramo de la Ermita del Santo (y después de saludar a Azucena Díaz, 2h30' en maratón, que acompañaba a un grupo de corredores) les comenté a Carlos y a Eduardo que me encontraba muy bien y si llegaba con buen humor al 38 la cosa pintaba bien.
Y claro, todo pasa, y llegamos al 38 y yo seguía de buen humor, con ganas de seguir hablando y riendo, agradeciendo a la gente que te anima el que te ofrezcan su tiempo para que a ti se te haga más ameno. Es lo mejor de la carrera.
El final, pues bastante duro, la verdad. Los cuatro últimos kilómetros son un falso llano que pica hacia arriba y ya llevábamos 3 horas y media corriendo. Reconozco que a partir del 40 tuve que tirar de cabeza y animarme a mí mismo, diciéndome eso de "ya está", "sólo un poco más", "quedan menos de dos".
Y esto también pasó y llegamos.
La familia esperando y animando es lo mejor
Todos gritando como locos, es que es genial
Y cuando me quiero dar cuenta Hugo está a mi lado y me grita: ¡Que voy contigo! Y allá que vamos los dos dando el apretón final.
He cruzado muchas metas con Hugo, pero ésta, especialmente ésta, me ha hecho más ilusión que ninguna otra. Once años después volvemos a pasar por debajo del arco de los 42 kilómetros y 195 metros del Maratón de Madrid.
Lo normal es que comenzara a escribir este post hablando de alguna carrera a la que me he apuntado o celebrando haber alcanzado algún logro especial. Creo que esta vez toca justo lo contrario.
Estoy convencido de que muchos de los que me estáis leyendo en este momento compartiréis gran parte de mis sentimientos porque os ha tocado convivir en más de una ocasión con alguna lesión que os empuja a dejar de hacer lo que más os gusta. Cuando se trata de dolores más o menos comunes es medianamente fácil aprender a convivir con ellos, incluso llegas a asimilarlos y poco a poco te acostumbras hasta que no eres consciente y los ignoras. Pero cuando la lesión es un poco más seria es cuando empiezas a preocuparte. El dolor no se va. Intentas disimularlo, te auto-convences de que en unos días desaparecerá y de que es algo normal. Pero el muy cabrón no se va, es más, cada vez va a peor.
Esto es lo que me lleva pasando desde principios del mes de julio, casi cuatro meses. En mi caso y para ir concretando, se trata de un dolor intenso en los tendones de aquiles. Como sabéis se trata de una lesión muy común entre corredores, tanto como complicada de curar. Un esfuerzo excesivo y mantenido, correr por un terreno demasiado duro o complicado, la elección de un mal calzado y un entrenamiento mal planificado puede llevarte a forzar más de la cuenta estos tendones y es cuando se produce la mal llamada tendinitis (inflamación del paratendón que es la envoltura que recubre el tendón)
La tendinosis, que es la denominación correcta para esta lesión, se produce cuando las fibras de colágeno del tendón empiezan a deteriorarse y se degeneran dando lugar a una lesión crónica y de difícil curación. Ultimamente se han ido modificando las líneas de tratamiento y se tiende más a una recuperación y regeneración de las fibras tendón que a terapias anti-inflamatorias.
Levantarse de la cama por las mañanas durante este verano ha sido un verdadero suplicio pues suele ser el momento más doloroso. A medida que va avanzando el día el dolor disminuye y puede incluso desaparecer lo que te puede llevar, como es mi caso, a ignorar la lesión y seguir corriendo. Lo que a su vez lleva a incrementar la rotura de las fibras y a la hora de recomponerse lo hacen de manera cruzada, como una red, y es precisamente eso lo que da lugar al dolor cuando se estiran.
Durante todo este verano he probado todas las técnicas y he tomado todas las pastillas, he hecho todas las dietas que favorezcan la regeneración de los tendones. He aprendido la técnica de Cyriax, o masaje transverso profundo, para regenerar las fibras. Un poco doloroso pero muy efectivo. Lo he hecho todo, todo menos parar.
Sentía pánico ante la idea de no salir a correr, de perder todo el estado de forma que tanto esfuerzo y sudor me ha costado ganar. Eso sin contar el "mono" que tenía cuando lo intentaba.
Me resulta muy difícil explicar el nivel de angustia que puedes acumular cuando no ves la salida. Se me pasó por la cabeza abandonar del todo, olvidarme de correr y dedicarme a hacer otras cosas. Pero no quiero hacer otras cosas.
Al final ha ganado la desesperación y los buenos consejos de Eli que me recomendó parar del todo, esperar a no sentir dolor y entonces volver poco a poco, sin prisas. Y yo siempre escucho a Eli.
Llevo ya más de tres semanas sin hacer nada más que estiramientos y un masaje a la semana. Tengo que admitir que la primera fue dura de narices, me subía por las paredes. Hace ya unos cuantos días que me levanto sin casi sentir dolor y al tacto duele mucho menos.
Hoy he salido a correr un rato con mi hijo. Hemos hecho unos cuatro kilómetros andando y corriendo y no he sentido ningún dolor. Pero sólo eso me ha bastado para borrar la nube que rodeaba mi cabeza y ahora veo las cosas de otra manera. Puede que no esté todo perdido, puede que ese reflejo que veo en la oscuridad sea la luz al final de este largo túnel.
Hoy casualmente estaba escuchando esta banda sonora
y ha sido este tema el que me ha animado a escribir.
Así es como me siento, no se puede expresar mejor.
Empiezo a escribir sobre mi experiencia del pasado fin de semana ahora que lo tengo todo bien fresco porque tengo la sensación de que los momentos más amargos se están disolviendo como el cacao en la leche y pronto sólo quedarán las luces, las sonrisas y los buenos recuerdos.
Advierto que la crónica es larga y el que avisa no es traidor. Pero si aguantáis hasta el final seguro que más de uno se emociona.
El año pasado tomé la decisión de presentarme al GTP 2014 tras correr el Maratón Alpino. Mis sensaciones fueron tan buenas y disfruté tanto por aquellas montañas que sentía la necesidad de dar un paso más, un paso de gigante descubrí después. Tengo que aclarar que hay varias distancias para elegir, desde los 10k del Cross nocturno pasando por los 60k, 80k hasta los 110k. Con el temor de quedarme con ganas de más si elegía alguna de las distancias menores me tiré el órdago y casi con los ojos cerrados me apunté al Gran Trail en el mismo momento en que se abrieron las inscripciones. ¡En 48 horas se habían agotado!. Increíble.
Ya no había vuelta atrás, tocaba prepararse y entrenar duro. No hay otra manera de hacerlo, no hay milagros. Duele, cuesta mucho y tienes que sacar fuerzas y ganas a veces cuando no las hay. Pero esto es así, nadie nos obliga a ello y el que quiere disfrutar antes tiene que sudar.
En mi situación personal se hace aún más difícil entrenar para este tipo de pruebas porque me resulta complicadísimo gestionar mi tiempo para correr por la montaña así que tengo que intentar simular esas condiciones con mis muy limitados recursos. Muchas cuestas, gomas, ejercicios que al final resultan insuficientes pues si algo he aprendido en estos días es que para poder correr por la montaña HAY QUE CORRER POR LA MONTAÑA. La técnica es tan importante como la forma física o incluso más. Pero lo que hay es lo que hay.
Cuando se acerca el día tienes la sensación de que podías haber hecho más, de que tu preparación es insuficiente o incluso muy deficiente. El equipo que llevas te parece muy cutre (sobre todo en estos tiempos que corren) y sentía cada vez más fuerte esa sensación de que no pertenezco a este mundo.
El viernes 27 por la tarde, mientras dejaba las mochilas en los avituallamientos no paraba de ver caras conocidas, profesionales, paseando por allí como si nada y te das cuenta de que te has metido en un lío bastante serio. Quedaba una hora para la salida y allí estaba yo, mirando a todos los corredores, como pidiendo perdón por intentar imitarles, disfrutando del show de Depa y con todos los nervios del mundo en el estómago. Compruebas una y otra vez el material, si está todo, si está bien colocado... Y poco a poco se acerca el momento y te colocas en la salida. Fue en ese preciso instante cuando me dio el primer bajón. ¿Qué hago yo aquí?, pensé. Seguramente soy el peor preparado de todos estos corremontes. Me sentí un poco avergonzado por la osadía pero como dije antes ya no había vuelta atrás.
Tras el minuto de silencio por la muerte de la gran deportista Nuria García-Valcarcel (finisher en las cuatro ediciones anteriores) encendimos todos nuestros frontales y comenzó la cuenta atrás.
Salida del GTP 2014
La salida con la gente animando por las calles de Navacerrada es espectacular, te hacen sentir fuerte y a gusto, los niños, la gente en las terrazas, todos se ponen a aplaudir y a jalear a los corredores.
Salí muy tranquilo y con un buen ritmo puesto que estos primeros kilómetros eran cuesta arriba pero sencillos. Lo duro empezó a partir del km.4 con la subida hacia la maliciosa. El camino es estrecho y complicado de subir. Sientes que no puedes perder en ningún momento el apoyo porque te vas literalmente pa'bajo. Aún así continúo adelantando a gente hasta llegar al segundo punto más alto de la carrera, el pico de la Maliciosa (alt. 2227m.), 8k en 1h26'. Mucho viento y frío. A partir de ahí la cosa se complicó bastante. Dicen que las carreras de montaña se ganan en las bajadas y por este tipo de terrenos soy el peor del mundo. Tengo que admitir, y no me da ninguna vergüenza, que sentí pánico en la bajada a Canto Cochino. No veía el sitio correcto donde poner el pie, tenía la sensación de que me iba a despeñar en cualquier momento y me dio por pensar en mi mujer y mi hijo si me pasaba algo con lo que todavía crecía más mi temor al bajar. De hecho me caí un par de veces, que sólo fueron un aviso con pequeñas consecuencias, algún que otro raspón en el muslo.
Saliendo de Canto Cochino. Cortesía de Kaikuland.
Llegando al primer avituallamiento oigo a los sanitarios que una chica se ha caído y van a ver cómo llegan hasta ella. Llego al km.17 en 2h46', tengo las zapatillas llenas de arena y tras comer y beber me quito los calcetines y me miro los pies. Me quito un parche que me estaba molestando pero parece que todo está bien. A partir de ahora la cosa sería muy diferente, dejé de disfrutar, me arrepentía de haberme presentado. No tenía la cabeza como para seguir, perdí la motivación y me quería retirar, quería estar en casa, en mi cama y no tenía fuerzas para dejarme la piel en Guadarrama.
El trabajo de los voluntarios es absolutamente espectacular.
La subida al Collado de la Pedriza se me hizo muy dura y la bajada aún más, otra vez con miedo. Aún así conseguí disfrutar durante algún tramo hacia Hoya de San Blás en el km.26. Una vez allí y mientras me pongo morado a membrillo y frutos secos comparto las sensaciones con otros corredores y estamos todos igual. Dicen que mal de muchos consuelo de tontos.
En los avituallamientos no faltaba de nada. Perfectos.
Me pongo de nuevo en marcha y a seguir subiendo más o menos bien, por senderos y pistas forestales pero sin poder quitar la vista del suelo porque en cualquier momento te puedes caer. Yo lo que quería era disfrutar del cielo y las estrellas y no quedarme sin aliento subiendo riscos.
Y si la cosa ya pintaba mal se iba a poner peor. De repente sufrí una perdida de energía inmediata. Me costaba incluso andar. Me sentía lento de movimientos y llegué a pensar que me iba a desmayar en algún momento. Por suerte estaba cerca del tercer avituallamiento, el Puerto de la Morcuera, km.38, en 6h59' (alt. 1776m.). Nada más llegar me senté a comer y beber pero no mejoraba mi estado. De hecho me empezó a temblar todo el cuerpo. Me puse el cortavientos y los guantes pero no conseguía quitarme la temblequera que me impedía casi caminar. Era imposible controlar mis movimientos. Cogí un puñado de almendras y salí de allí rápido sobre todo para ver si al ponerme en movimiento conseguía entrar en calor pero no podía andar bien y me daban arcadas. Tuve que contener en varias ocasiones el vómito.
Más o menos media hora después comencé a encontrarme mejor y pude correr un poco. El camino era cuesta abajo y había que aprovechar para ganar el tiempo perdido. Pero la máquina se negaba a responder. El cuerpo estaba apagado y el cerebro también. Lo único que tenía en mente era retirarme. No quería seguir, no quería estar allí. Se acabó.
De camino a Rascafría y totalmente roto y desmoralizado.
Llegué a Rascafría, km.53 tras 9h18' de carrera. Rendido, hundido y desmoralizado sólo pienso en preguntar cuándo sale el próximo autobús para Navacerrada. Llamo a casa para avisar (no quería despertar a nadie por la noche) y le digo a Eli y después a mi madre que me voy. Y aquí quiero hacer un alto para explicar bien lo que pasó a continuación.
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Estamos acostumbrados a oir cómo la gente de nuestro entorno nos llama campeones, monstruos, máquinas y eso nos hace muy felices, nos engorda el ego, nos creemos capaces de hacer cualquier cosa. Todos somos Kilian. Es genial. Pero a veces, si tienes suerte, te darás cuenta de que no vales absolutamente nada, no eres nadie sin alguien a tu lado que te comprenda, sin alguien que conozca tus malos momentos y los comparta contigo. Tengo la inmensa suerte de estar casado con una mujer que me conoce mejor que yo mismo, que sabe lo que pienso sin que se lo diga, que siempre quiere lo mejor para mí aunque no sea lo mejor para ella. Que sabe sacar lo mejor de mí cuando creo que ya no hay nada que rascar. Y ese día, a esa hora, me dio una lección que no olvidaré en la vida.
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Tras llamar y decir que no podía seguir, Eli me dijo que descansara un rato, le quitó importancia a mi estado y me dijo que después me llamaría. Llevaba allí tirado más de 40' y la cosa no parecía mejorar. Yo veía a la gente muy fresca y contenta y yo no lo estaba. Casi no podía ponerme en pie para ir a comer. Con la cabeza en las rodillas y totalmente hundido recibo la llamada de Eli. Yo no quería hablar, no quería que me convenciera de nada, no quería oírla decirme buenas palabras de ánimo. Pero no hizo nada de eso.
—¿Cómo estás?—me preguntó.
—Mal—contesté.
—Escúchame,— continuó diciendo —sé lo mal que te encuentras, sé que estás cansado y que no quieres seguir. No me puedo ni imaginar lo que te ha costado llegar hasta allí durante la noche y no creo que jamás lo pueda saber, pero sí sé el esfuerzo que has hecho para estar donde estás, te he visto salir a correr de noche cuando no querías, te he visto llegar rendido a casa después de entrenar, todos los dolores que has pasado y sobre todo sé las ganas que tenías de participar en esa carrera. Estás rendido y lo sé pero también sé que puedes hacerlo, estoy convencida porque te conozco. No te retires ahora, sigue por favor, ya verás como con la luz todo es diferente, piénsatelo un poco más. Y si al final decides dejarlo y te vuelves sabes que voy a estar igual de orgullosa de ti.
—Pero es que ahora viene Peñalara y no creo que pueda subirla y menos bajarla.—
—Tú puedes con Peñalara y con lo que te pongan por delante, yo lo sé y tú también, creételo. Estás cumpliendo tu sueño, no lo dejes porque sé que te arrepentirás. Es TU sueño, inténtalo, por favor.—
En ese momento oigo a la gente de la organización llamando a los que quieren retirarse para volver a Navacerrada. Tengo que decidirme.
A los cinco minutos estaba saliendo de Rascafría hacia el Puerto del Reventón con más ganas y más fuerzas que nunca. Me sentía genial y sabía que podía terminar. De cero a cien, esa es Eli. No se puede ser más afortunado que yo, no se puede querer más ni estar más orgulloso de lo que yo estoy de mi "chiquitina". Con ella a mi lado puedo hacerlo todo. Lo que he escrito es muy cursi, lo sé, pero es la verdad. Además es mi blog y escribo lo que quiero, jajaja. Poco después en el ipod me salió una canción aún más cursi (que no pienso citar aquí) que todavía me hacía correr más pero con lágrimas en los ojos y que todavía me las saca cada vez que la oigo.
Con el ánimo a tope y con muy buen humor llego hasta el Puerto del Reventón (el nombre lo dice todo) alt. 2037m. Como y bebo bien. Los voluntarios te dan el plus que necesitas para seguir de buen humor y me tiro a por Peñalara sin pensarlo. La cosa empieza a complicarse bastante porque los bloques de granito cada vez son más grandes y a lo lejos aparece la gran cumbre, el punto más alto de la carrera. Quiero aclarar que cuando digo a lo lejos quiero decir MUY LEJOS porque el reguero de personas se ve como pequeñas hormigas subiendo por una pared.
Cuidado que voy "cagaito"
Llego hasta la laguna de Peñalara y aquello está plagado de gente que viene a pasar el día. Empiezo a trepar por la pared de granito y me vuelve la sensación de miedo. Está claro, si nunca lo has hecho no puedes esperar moverte con agilidad por aquellos sitios. Saltando entre las rocas parezco un pato mareado. Con más miedo que vergüenza llego hasta la cima (alt. 2429m.) y me indican que ahora todo es bajada. —Qué bien—pienso. Error.
La bajada de Peñalara me resultó uno de los tramos más agotadores de toda la carrera. Los cuádriceps no podían relajarse y la atención tampoco pues estuve a punto de despeñarme un par de veces debido a la roca suelta y a las raíces traicioneras que se enganchan al pie cuando menos te lo esperas.
Una vez abajo el terreno se hace muy agradable, incluso nos paramos a llenar las botellas en un pequeño riachuelo con un agua fresca que te daba la vida. Y como suele pasar en los ultras, a un gran bajón le sigue un subidón, y así fue. Comencé a correr otra vez rápido y a sentirme bien y fuerte de nuevo. Y con esa sensación llegué a La Granja (km.79) entre aplausos y vítores de la gente que se encontraba junto al punto de avituallamiento. Una gozada.
De nuevo con la moral por las nubes.
Allí me tomo mi tiempo. Como pasta y bebo bien. Me arreglo un poco los pies pues ya empezaban a salir algunas ampollas aunque en realidad era lo que menos me importaba y me doy un pequeño masaje en las piernas. El móvil se me está quedando sin batería así que a partir de ahora no hay llamadas hasta el final. Otra cosa que se aprende con la experiencia es el tema de la alimentación. Te pueden contar lo que sea, incluso puedes hacer caso a los profesionales en cuanto a nutrición en un ultra. Bien, escúchalos a todos y no hagas caso a nadie. Lo que les funciona a unos puede no funcionarte bien a ti. Yo he aprendido que no puedo comer alimentos medianamente sólidos y seguir corriendo. Si lo hago vomito. Los geles, el membrillo y la fruta no me va mal pues son fáciles de digerir pero la pasta que comí no fue una buena idea.
Los 12km. siguientes eran muy asequibles y prácticamente llanos pero no podía correr así que me lo tomé con calma y caminé a buen ritmo hasta llegar a la Casa de la Pesca en el km.91. Se me hizo larguísimo y pesado aunque el recorrido al lado del río era muy bonito. Incluso pensé en quitármelo todo y darme un chapuzón pero no creo que hubiese podido ponerme en marcha de nuevo.
Tras tomarme otro gel (no sé cuántos iban ya), beber bien y estirar un poco salgo como nuevo y con mucha energía. Sólo quedan 20km. y eso me da alas. Alas hasta que llego a la subida hasta el Puerto de la Fuenfría. Son aproximadamente 400m. de subida en 2km. Imaginad la inclinación. Sólo piensas en poner un pie delante del otro esperando que aquello acabe pronto. Es brutal, te deja literalmente sin aliento. Pero todo lo malo se acaba y el agua fresca de la fuente nos reanima a todos los que vamos llegando.
Dos bonitos momentos antes de llegar al Puerto de Navacerrada
Ya queda menos y vuelvo a sentirme bien corriendo en las bajadas. Y así, entre caminar y correr llego hasta la carretera que baja hasta el Puerto de Navacerrada km.100. En el avituallamiento pregunto sobre el resto del recorrido porque no puedo con más bajadas técnicas y me animan al decirme que el tramo técnico es muy corto y después se puede correr bien hasta la meta. El cielo se está poniendo feo y hace bastante frío así que justo en el punto en el que comienza la bajada me paro a ponerme el cortavientos y a estirar un poco y me tomo la bajada con mucha calma. La meta ya está conseguida y el tiempo no me importa. No quiero arriesgarme a caer justo ahora.
Bajando hacia Navacerrada el viento soplaba fuerte y el terreno era complicado
Al final ese tramo no fue para tanto y una vez voy bajando vuelvo a sentir calor así que vuelvo a quitarme el cortavientos y me lanzo a correr como si no llevase más de 100km. en las piernas. Me siento perfecto, por fin puedo coger velocidad por un terreno fácil, que es lo mío, y empiezo a adelantar a corredores que ya no tienen ganas más que de llegar. Se les nota en los andares, pesados, lentos, tristes. Freno justo antes del último control y la chica de la organización me felicita porque me ve genial y como nuevo. —¡Pero si parece que acabas de empezar!—me dice. Voy a tope, con una sonrisa en la cara, animando a todos los compañeros a los que adelanto y comienzo a recordar mis malos momentos y cómo pensaba que no podría con esto. Unas horas antes estaba literalmente fuera de la prueba y con 60km. por recorrer y ahora me encuentro a unos 3km. de cumplir mi sueño.
Una vez llego a la carretera de Navacerrada llamo a mi hermano Óscar para avisar que ya estoy allí y me dice que me están esperando todos. ¿Todos?, ¿qué todos?, yo no sabía nada de eso. Y claro, con esas noticias me da otro subidón y otro acelerón que me hace llegar equivocarme en el último desvío y por poco me pierdo. Tendría gracia perderme justo al final. Retrocedo y vuelvo a encontrar el camino. Al fondo creo ver a mi hermano Jesús levantando los brazos en señal de victoria. Qué sensación, me gustaría poder expresarlo pero no existen palabras que describan la explosión de alegría que te sale del estómago. —Vamos hermano, hasta el final—le digo. Más adelante me encuentro con mis sobrinos y mi hijo que rápidamente vienen a cogerme de la mano pero tengo que soltarlos porque no puedo parar y creo que los voy a acabar tirando al suelo. Mi cuñada Paloma está delante y también me anima. Todos corriendo conmigo pero mi corazón me pide acelerar. El único que me sigue el ritmo es Hugo, pero claro, los entrenamientos que hemos hecho se notan y el chaval, aunque aún no tiene siete años, tiene una punta de velocidad que dará que hablar.
Momento de la llegada con los niños
Cruzo la meta con mi hijo y me abrazo a él rápidamente, lo necesito. La emoción me supera y me desplomo en el suelo llorando. No puedo parar. Alzo la mirada y veo a mi hermano Óscar haciendo fotos, me levanto y me abrazo a él pero no puedo parar de llorar. La gente aplaude, se emociona contigo y comparte tu emoción. Me ponen la medalla, me dan la enhorabuena y me quitan el chip. Se acabó. Es increíble, es mágico, es épico. No sé cómo describir mejor ese momento pero toda la alegría me sale del cuerpo en forma de lágrimas. Aún así todavía me falta algo.
Es imposible describir lo que siento en este momento.
Me abrazo a mi hijo y todo explota.
No puedo parar de llorar. Lo intento pero no lo consigo.
Victoria
Eli aparece por allí, me abraza y volvemos a llorar los dos. No me salen las palabras pero consigo darle las gracias y le pongo la medalla porque siento que los últimos 60km. los ha hecho ella. No habría acabado de no ser por sus palabras y por cómo consiguió levantarme cuando yo no podía ni arrastrarme. Ella es la auténtica "getepera" este año y la que sabe de verdad cómo funciona esto, lo que significa superarse, la que me dice que las barreras están todas en la cabeza. Ella sabe que nada es imposible y que las grandes gestas se hacen paso a paso, poniendo un pie delante del otro.
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Y esta es la historia de una carrera más. De momento no tengo ningún otro proyecto cercano y me apetece tomarme un año sabático. No tengo cabeza para más. Creo que me vendrá bien.
Correr forma parte de mi vida y no lo puedo dejar pero necesito abandonarme a correr sin objetivos, a disfrutar de verdad, a respirar, a sudar y a sentir los músculos tensos sin otra pretensión que sentirme vivo. Porque por si a alguien le queda alguna duda, CORRER ES VIVIR.
Si en el año 2002 alguien me dice que terminaría corriendo ultras pensaría que está loco, incluso hoy en día, doce años después, sigue pareciéndome una idea absurda. 2002, capicúa, un número bonito. Esa fecha no es casual, fue precisamente aquel año cuando me presenté por primera vez a los 100km. de Corricolari sin haberme movido del sofá ni a coger el mando, con una forma física deplorable y con muchos kilos de más. El único ejercicio que había hecho en mi vida era el que nos obligaban a hacer en el colegio y bastante justito, que no era yo de los de dejarse la piel en clase. Por supuesto no hubo sorpresas, hostión terrible contra mi mismo en el kilómetro 30 y para casa.
Lo que todavía me sorprende es la huella tan profunda que me dejó aquella experiencia, tan dolorosa (mucho) y a la vez tan motivadora (mucho más). Se quedó grabada a fuego, escondida, como una marca de nacimiento. O quizá siempre estuvo allí y fue el destino el que me encarriló hacia donde irremediablemente tenía que acabar.
A partir de entonces, con parones y abandonos que duraron años, me quedé totalmente enganchado a este mundo. En el 2003 corrí mi primera San Silvestre Vallecana a la que siguieron unas cuantas más. En el 2005 me atreví con la media maratón Villa de Madrid y recuerdo al acabar, tirado en la hierba sin poder dar ni un solo paso más, que vi totalmente imposible correr más distancia que esta. Tres años más tarde, en abril del 2008, terminaba mi primer maratón de Madrid en 3h43'.
Con cada reto empujaba el listón un poco más. Cada carrera me invitaba a otro ¿y si?...
Como he dicho han pasado muchos años y algunos he estado totalmente parado, ni he corrido ni me ha interesado nada que tuviera que ver con el ejercicio. Pero creo que hubo un par de acontecimientos que son los responsables de haberme dejado trastornado de esta manera. El primero pudo ser mi primera y desastrosa experiencia en un ultra como dije anteriormente y la segunda creo que tuvo que ver con el gran Karnazes y su libro Ultramarathon man: confessions of an all-night runner. Leerlo y conocerle en persona puede que haya sido el desencadenante de un proceso de superación, de ruptura con lo que uno cree imposible, de disfrutar de cada segundo haciendo lo que otra gente considera una estupidez.
Este año estaba esperando la llegada de mi hijo
Sea como fuere aquí estoy, preparado para cruzar el arco de salida de un nuevo reto. ¿Y dónde está situado el listón esta vez?, pues ni más ni menos que en el Gran Trail de Peñalara 2014. Un recorrido por toda la sierra del Guadarrama de más de 110km. y con un desnivel positivo de 5.000m.
Quedan apenas cuatro días para la prueba y tengo tanto miedo como ganas de escuchar la cuenta atrás y que suene el pistoletazo de salida. Alguno dirá que no hay problema, que estoy preparado de sobra para esto y para mucho más, pero lo cierto es que no. De hecho nunca he estado preparado para ninguna de las carreras que he corrido en mi vida. Es cierto. ¿Cómo consigo acabar?. Ni yo lo sé.
Entrenando soy un desastre, no cumplo ninguna de las reglas ni de los consejos que recomiendan. Me considero un autodidacta, muy malo, malísimo, y siempre aprendo a hostias. Cuando debo salir rápido voy lento y cuando debo ir lento lo doy todo. Si hay que hacer tiradas largas las acorto y nunca corro menos de 10km. Con la alimentación hago lo mismo y en el tema del descanso, los estiramientos y fisios... ¿qué es todo eso?
Una selección de lecturas y videos motivantes ;-)
Seguida de una selección de recuerdos
Así que cada vez que me encuentro en esta situación me cago de miedo y pienso que soy el típico noobster (novato) que se ha equivocado de sitio. Oigo voces que me dicen, ¿pero qué haces tú aquí?, vuélvete a casa y deja esto para los mayores, tú no perteneces a este mundo. Sin embargo, poco a poco y mientras van pasando los kilómetros me voy encontrando cómodo y termino, casi siempre, de una pieza.
Puede que no pertenezca a este mundo, puede que nunca llegue a integrarme en el, pero lo vivo como el que más porque siempre me he movido por sentimientos, tanto en la vida como en las carreras y eso implica no triunfar casi nunca pero ganar siempre.
Así que este viernes 27, a las 22:30h. estaré en Navacerrada, tomando la salida de otra carrera más, la "gran carrera" de todos estos años, con la que ni soñaba apuntarme hasta hace poco tiempo y con la que creo que disfrutaré como ninguna otra. Puede que el listón se quede ahí, puede que ya no se pueda mover más. Es probable que el GTP suponga un fin de ciclo para mí, quién sabe. Pase lo que pase este fin de semana intentaré disfrutar como nadie y exprimirme como siempre para poder hacer realidad otro sueño imposible.
Alea jacta est.
100km. de Corricolari del 2004. Siempre me entra la risa a partir del km.50
Nada más terminar la carrera del año pasado lo tuve claro, "a esta tengo que volver". Y así fue. De hecho ni me lo plantee, marqué la fecha en el calendario y en el mismo momento en el que salieron las inscripciones me apunté. No sé muy bien si fueron cinco meses antes pero en ese espacio de tiempo pueden pasar muchas cosas y creo que no me benefició mucho.
Tras el MAM acabé un poco "quemado" de tanto entrenamiento y teniendo en cuenta que ya estábamos en verano y a mí el calor me mata creo que acabé muy saturado de tanto kilómetro. Las salidas se me han hecho bastante cuesta arriba. Cuando estás en casa, tranquilo, fresquito y empiezas a pensar que te tocan 20km., que fuera, aunque sean las 21:00h. estamos a más de 30º, y no sólo eso, sino que mañana repites... la cosa se hace difícil. Creo que el entrenamiento más duro ha sido ese, el de no quedarme en casa, el de cumplir con lo que me había marcado.
La mayor parte de las veces te alegras de haber salido, llegas fresco, has hecho un buen tiempo, has dejado atrás toda la mierda acumulada. Pero otras no consigues llegar a casa corriendo, te paras, coges aire, intentas seguir pero estás deshidratado, no puedes. Y esos días pesan, te caen como losas sobre la espalda porque sufres tanto que no quieres que se repita y te entra miedo. A eso le sumas los dolores normales, las tendinitis en los aquiles, las rodillas que parece que van a reventar durante los primeros kilómetros, los pies recalentados por el asfalto, los pezones ensangrentados... No creo que tenga que añadir mucho más para hacerme entender, se hace duro. Pero pasan los días y las semanas y sigues ahí, "en el taco". Y la fecha se acerca y los ritmos te sorprenden y confías en que ese día nada falle. La verdad es que estaba deseando que llegara la fecha para poder descansar. Había perdido mucha de la motivación que me llevó a apuntarme y eso es un problema. Pero el problema más grave eran las dos heridas que me habían hecho las zapatillas justo una semana antes de la carrera. El calor y la humedad se unieron en mi contra en esos últimos 20km.
Anduve con dudas sobre el calzado hasta el mismo día a la hora de salir. No sabía si los parches iban a aguantar, si serían suficientes. Si no era así en el km.10 estaría fuera. Cinco minutos antes de salir de casa me probé varias veces unas y otras zapatillas, comprobé que ambas me hacían daño y sólo podía rezar porque esa molestia desapareciera una vez estuviese corriendo. Me decidí por Salomon. En el alpino se habían portado de maravilla y no tenía por qué ser diferente ahora.
Salomon, una buena elección
Revisando el equipo
Colocándome el chip
Agarré mis bartulos y me metí en el metro con esa especie de miedo y nervio en el estómago porque sabes que va a ser duro, que lo vas a pasar mal y sobre todo porque estás seguro de que va a doler.
La mañana era fresca y se agradece. Ojalá dure todo el día así. En la cola de las mochilas puedo saludar a Carlos Micra y desearle toda la suerte del mundo. El peso de tener el dorsal número 1 es grande.
Tras los discursos y homenajes se da la salida y cada uno va cogiendo su ritmo hasta que a la altura del Pardo empiezan a formarse pequeños grupos. Me engancho a uno y vamos charlando sobre carreras y ultras durante buena parte del recorrido hasta Tres Cantos (Km. 16). ¿Los pies?, ni rastro del dolor. Bebo, como algo y salgo rápido a Colmenar. Llevo muy buen ritmo y pronto me adelanto a mi grupo que va con la primera mujer, una portuguesa creo.
Llego a Colmenar (km. 27) con serios problemas intestinales (ya me entendéis) que se solucionan con una visita a la casa blanca, jeje. En este punto hago una larga parada, voy muy bien de tiempo, mejor de lo esperado, y aprovecho para comer bien y rellenar la camell. Salgo de allí con una sensación extraña en el estómago y la máquina no termina de arrancar correctamente pero me niego a parar, prefiero aguantar un poco y esperar a que vengan las buenas sensaciones.
Empieza a hacer calor y comienzan las nauseas
Llego al siguiente avituallamiento encontrándome un poco mejor pero cada vez que meto algo en el estómago, ya sea líquido o sólido vuelvo a sentir nauseas. Lo peor es que empieza a hacer bastante calor y tengo que obligarme a beber y comer. A partir del km. 36 tengo que empezar a caminar. El calor me mata, me siento mal y el camino, que tantas veces he recorrido en los 100km. de Corricolari se me hace pesadísimo.
Caminando bajo el calor
Por fin llego a la bajada hacia Manzanares y aprovecho para bajar rápido y darme un poco de gusto al cuerpo. En el avituallamiento tengo que sentarme y recuperarme un poco. No paro de beber pero no puedo quitarme la sed, mala señal. Sacan delante mío una bandeja tamaño industrial de pasta pero me da hasta asco mirarla. Como fruta, sigo bebiendo y salgo caminando hacia Mataelpino. No consigo reponerme ni correr en las subidas. Tengo mucha sed y calor, nauseas y me siento muy cansado. Llevo la camell llena pero me da asco beber el isotónico caliente. Me pasa la segunda chica que sorprendentemente va como nueva y bromeando. Aprovecho a beber y refrescarme en una fuente a mitad de camino y me sienta bastante bien así que puedo volver a correr un poco pero muy lento. Soy consciente de que estoy perdiendo todo el tiempo que había ganado al principio y me cabrea pero no puedo hacer nada. Me planteo incluso abandonar.
Consigo llegar al tan ansiado km. 50, Mataelpino. ¡Qué gozada!, tanto el recibimiento como la sombra y la comida. Dejo la mochila y como y bebo cuanto puedo, coca-cola, membrillo, sandía y almendras. Me cuesta pero se que lo necesito y que probablemente la falta de energía sea la causa de mis males. De la fuente sale un agua fresca que te da la vida. Así que tras un breve pero reconfortante descanso salgo decidido hacia la barranca, el tramo más duro de la carrera, no tanto físicamente sino mental. Al principio el camino es perfecto, corro y me siento genial por un pequeño sendero paralelo a la carretera. Pero a falta de 3km. no puedo seguir, me cuesta hasta andar, ¡qué pesadilla!. Me encuentro con uno de mis compañeros iniciales que tiene un corte de digestión y no puede casi caminar. Otro camina tan acalambrado que parece formar parte del reparto de The Walking Dead. Todos caminan ahora. Yo intento disfrutar del paseo y del paisaje pero la llegada a la Barranca se hace esperar.
Ya tengo ganas de llegar a la Barranca
Una vez allí bebo y tomo un gel. Lo peor ha pasado, me lo digo a mi mismo. Me obligo a correr aunque duele pero el dolor pasará. Me engancho a otro corredor y seguimos con ritmo suave hasta la gran subida. Una vez arriba me convenzo para correr hasta llegar a Cercedilla y así lo hago.
Una vez llego al pueblo me cruzo con Sinichi, popular donde los haya, que se queja de dolores. Le digo que sólo quedan 200m. y al grito de: ¡Paellaaaaaaa! se lanza a la carrera tras de mi hasta llegar al polideportivo. Sin duda uno de los mejores momentos del día.
Km. 64, allí me encuentro, como siempre al pie del cañón y cámara en mano, a mi colega Carlos Velayos que está retratando a cuantos corredores llegan. Le pregunto por Micra y me dice que va mal y que ha salido hace unos 15 minutos. Vaya por Dios.
Aprovecho para comer y beber de nuevo. Me sigo obligando, se que me vendrá bien pero se me hace muy difícil tragar nada. Aún así me trago un poco de arroz y aprovecho para tirar el isotónico y recargar de agua fresca la camell. Reviso los pies por primera vez y veo que están bien. Me molesta un poco alguna dureza en la planta pero se puede aguantar. Cambio de calcetines y en pie de nuevo.
Con el plato de paella y sacando bártulos
Últimos ajustes y fuera
Me despido de la gente y salgo del polideportivo "intentando" correr si es que a esos movimientos se les puede llamar correr. Ya conozco esa sensación así que aprieto los dientes y espero a que el dolor pase.
Unos pocos kilómetros después empieza la subida a la Fuenfría. Aquí ya no hay nada que hacer, me gustaría correr pero me encuentro peor que nunca, tengo el estómago en la garganta y en algún momento me planteo parar y meterme los dedos para vomitar pero pienso que eso me va a hacer más mal que bien. No queda otra que aguantar y tirar pa'lante. Los minutos pasan, incluso las horas, un par para ser exactos y todavía no veo el final. Me empiezo a poner nervioso, he perdido tanto tiempo...
Al fin llego arriba, km. 79.
Con mucha guasa pero 'jodido'
Aunque no lo parezca por la foto estoy muy cansado y asqueado. Sigo con la coca-cola, esperando que me asiente el estómago. Me tomo un gel y como frutos secos, mi cuerpo pide salado.
Al rato llega de nuevo Shinichi, con su eterna sonrisa. Le digo que bajemos corriendo y me dice que ya no puede correr. Todo esto sonriendo, claro está.
Yo me arriesgo, voy a intentar aprovechar la bajada y si la cosa no funciona al menos lo habré intentado. La puesta en marcha es difícil, los músculos no quieren moverse, los pies duelen y el estómago todavía se queja. Pero poco a poco todo eso va cambiando, empiezo a coger ritmo, los dolores van desapareciendo y milagrosamente el estómago ya no parece una centrifugadora. Me veo solo, corriendo por el camino entre grandes pinares a ritmos de 4'30'' y sintiéndome como nuevo.
Y con esas sensaciones llego hasta el km. 91, la Cruz de la Gallega. Si hago los 11km. restantes en menos de una hora puedo bajar mi marca. Empieza a oscurecer así que coloco los frontales (dos, uno en la cintura y otro en la frente) y vuelvo a intentar coger ritmo. Con la oscuridad y el terreno accidentado no me veo capaz de ir rápido pero sigo a ritmo constante y lo más importante, no paro de correr. Se me une al ritmo otro corredor, más veterano aunque no le veo bien el rostro y me dice que si no me importa que vaya conmigo porque él se acelera y se cansa rápido. Le contesto que será un placer, que yo voy despacio y así vamos acercándonos al final. Poco a poco empiezo a despegarme en las cuestas y me voy yendo a unos escasos 3km. de la meta. Una vez entro en la ciudad me desvío del camino y me voy a beber a una fuente. Queda escasamente un kilómetro pero si no bebo algo fresco tengo la impresión de que no voy a llegar. Me pongo de nuevo en marcha y vuelvo a encontrarme con mi compañero de los últimos kilómetros. Los dos tiramos de velocidad y cogemos juntos el ritmo hasta la meta.
La llegada, al igual que el año pasado, genial, la gente animando a todos, bestial. Por megafonía dicen mi nombre y el tiempo 13h35'.
Ahí queda eso
Y ahora toca la fiesta
Los últimos 23km. los he hecho en poco más de dos horas con parada incluida. Ahora es cuando pienso qué hubiera pasado si no hubiese tenido problemas de estómago. Pero estoy contento.
Me encuentro con Micra al ir a las duchas y hablamos un rato sobre la carrera. Tras la ducha me tumbo en el polideportivo y reflexiono sobre lo que ha sucedido este día.
Estoy contento, lo repito, pero en el fondo creo que me he quedado con hambre de algo más... ¿qué será? ;-)