Todavía me estoy planteando cómo empezar este post. He perdido la costumbre. Me envuelven un montón de sentimientos y de emociones cuando vuelvo a leer lo que escribí (y viví) hace ya tantos años. La última vez fue en 2014 y me reconozco vagamente en la persona que era. Han pasado tantas cosas, se ha ido tanta gente...
Sería genial comenzar diciendo que han sido unos años geniales pero por desgracia no ha sido así. Está claro que vivir una pandemia mundial es algo que nos habrá marcado a todos pero en mi caso queda en un segundo plano. A la pérdida de mi padre se le sumó pocos años más tarde la de mi madre. Los dos se fueron de mala manera, de aquellas que esperas no ver nunca más. Ningún sufrimiento descrito en este blog puede superar lo que ellos pasaron. Pero como sucede en las carreras más duras, todo pasa y también esto pasó.
Él fue siempre una inspiración, alguien en quien reflejarme. El que me enseñó a superar muchas barreras. Pero sobre todo me enseñó a ser noble y recto en la vida, y con los años me doy cuenta de que me parezco cada vez más a él.
Gracias papá.
Ella era mi seguidora más fiel. Tengo sus comentarios en casi todos mis textos y me hace mucha ilusión volver a leerla. Nunca me entendió, nunca compartió mi pasión por correr y siempre sufrió por ello pero jamás dejó de apoyarme. Siempre estaba allí, la primera. Y ella ¿qué me enseñó? A amar sin límites, como sólo ella sabía hacer.
Gracias mamá.
Pero esto es un blog de carreras y de atletismo y eso debe seguir siendo. Así que al lío.
Llevo muchos años con una espina clavada por la distancia del maratón. siempre ha sido una carrera que se me resiste. Me he topado tantas veces con el dichoso muro que me parece que ya le han puesto una placa con mi nombre.
En 2011 lo intenté por última vez y fue la peor. Mi entrenamiento había sido brutal, me encontraba en mejor forma que nunca, jamás he vuelto a estar así de fuerte. Por eso mi decepción fue tan grande. Tanto que me olvidé de intentarlo de nuevo.
He hecho más cosas después y más duras, sin duda, pero el maratón... le tenía pánico.
Acabé bastante tocado tanto física como psicológicamente de tanta carrera, de tanto sufrimiento y de esa mochila que supongo que todos los corredores llevamos a cuestas, que cada año se hace más pesada y que va cargada de retos y ganas de superarse.
Decidí que lo mejor era tomarse un tiempo de descanso, nada de carreras. Entrenar sí, claro, eso no he dejado de hacerlo, pero sin ningún tipo de objetivo salvo el de la salud.
Hace un par de años, justo antes de la pandemia, decidí que quería volver a intentarlo. Acompañé a mi hermano Óscar durante algún tramo en dos ocasiones en el maratón de Madrid y esas cosas pican en las heridas. Pero el planteamiento era totalmente diferente al de aquellos años. DISFRUTAR. Ese era mi objetivo. De hecho lo es desde hace algunos años en cualquier cosa que hago. Lo de las marcas y los tiempos ya quedó atrás. Estuvo bien mientras duró pero ahora siempre que me pica la curiosidad pienso eso de, ¿qué necesidad hay? y se me pasa rápido.
Pero como he dicho, eso fue justo antes de la pandemia, así que cuando iba por la mitad del plan... confinamiento. Adiós a todo. Tocó pensar en otras cosas, sobre todo en sobrevivir y cuidar a los míos.
Y lo hicimos, y la mayor parte de la sociedad lo hizo de lujo y me alegro muchísimo. Cuando queremos somos capaces de cosas increíbles.
Y vinieron las vacunas y las diferentes olas de contagios y las nuevas cepas de virus y las salidas con miedo y la jodida mascarilla que no había manera de quitársela...
Pero como comenté al principio, todo pasa. Y ha pasado, de momento ha pasado.
Así que en noviembre me volví a apuntar al maratón de Madrid. Con miedo, con ganas y con mucho respeto a esta prueba que se ha atragantado tantas veces. Es más, rellené mi inscripción saliendo a duras penas de una lesión que me ha hecho pasar por el fisio y que me tuvo bien jodido durante más de un mes. Llevo tanto tiempo pasando por lesiones que se me ha olvidado cuándo corrí por última vez sin dolor. Pero tenía un buen plan, bastante duro pero conservador que me había pasado mi primo Carlos, fiel desde hace muchos años a esta prueba, y me lo iba a tomar con calma y con cabeza, algo realmente nuevo en mi manera de entrenar.
Total, que empecé mi plan de 12 semanas con un poco de temblequera en las piernas. Cualquiera que haya entrenado para un maratón sabe que lo duras que son esas semanas interminables así que es normal estar nervioso. Cuestas, series, tiradas, más series, más tiradas... Y cada día era una marca más en el calendario. Una más, una menos. Eso me decía cada semana.
Y el plan iba dando sus frutos. Cada semana me parecía que iba a reventar y sin embargo me sentía cada vez más fuerte. Las series salían mejor de lo pensado, incluso las disfrutaba y las tiradas eran cada vez más largas y más placenteras. Aunque nunca fue mi objetivo marcarme tiempos por encima de lo escrito en el entrenamiento la verdad es que lo he superado con creces. Todo eso lidiando con una tendinitis de pata de ganso que encendió todas las alarmas en más de una ocasión y que me obligó a tomar todas las medidas que conozco para paliar en la medida de lo posible el dolor y seguir entrenando sin problemas. Así que me he visto dos meses corriendo con vendajes kinesiológicos, que sorprendentemente han funcionado a la perfección, además de masajes, estiramientos y cremas varias.
Y como no paro de decir, todo pasa, y las semanas también pasaron y llegué al último entrenamiento, 25' + 5x1000 + 15', y mientras me dirigía al circuito donde suelo hacer las series me iba emocionando como cuando acabas una larga carrera. Se me llenaron los ojos de lágrimas porque yo soy muy llorón con estas cosas (los que me habéis leído ya lo sabéis). Lo había conseguido de nuevo. Ya había corrido mi maratón personal y lo había vencido. Por fin. Lo que pasara el día de la carrera me importaba poco. La verdadera carrera está en esas 12 semanas. Y la había terminado con nota.
Decidí que era mejor no pensar así que me puse la radio y me intenté relajar. Y aunque no fuera la mejor solución es lo mejor que puede hacer. Al menos pude dormir tres horas antes de que sonara el despertador. ¿Y qué pasó? Pues que milagrosamente me encontraba bien. No estaba especialmente cansado y el dolor de cabeza había desaparecido. Bien.
Desayuné un buen café largo y una tostada y me vestí. Al poco estaba saliendo de casa muy tranquilo y con muchísimas ganas de volver a correr.