martes, 29 de mayo de 2007

Motivacion

En esta prueba, como en muchas otras, es de vital importancia la motivación y el deseo de acabar. No creo que sea el único que sale a correr con un planteamiento y a mitad de carrera pienso... bueno, tampoco tengo por qué llegar hasta allí, con que me acerque...

El dolor nos bloquea, nos hace pensar demasiado y en una carrera es lo peor que se puede hacer. Yo utilizo un truco que casi siempre me funciona, que es mirarme los pies. Es una manera de desconectar para no mirar cuánto queda para terminar. Cuando me quiero dar cuenta ya ha terminado la cuesta o los baches, etc.


Los 100 se hacen muy duros pero sobre todo porque se hacen muy largos. Tienes demasiado tiempo para pensar en todo. Lo normal es que a las siete de la tarde ya estés diciéndote a tí mismo eso de "quién me habrá mandado venir aquí, si podía estar ahora perfectamente en casa". Ese es el principio del fin.

Cuando sientas que vienen esos pensamientos, cambia el chip, piensa "llevo tiempo preparándome", "estaba esperando que llegara este día", "las etapas que vienen ahora son las mejores"... Piensa en lo que te llevó a presentarte aún sabiendo que iba a ser duro.

Es una prueba que puede hacerse, no requiere ser un ironman, pero te exige más fortaleza psíquica que otras pruebas más cortas. Por eso envidio a los que consiguen terminarlo corriendo en 9 o 10 horas. Quién sabe, quizá dentro de unos años...

miércoles, 23 de mayo de 2007

Ya queda menos...

Hace un par de años volví a presentarme para cumplir con el ritual de caminar los 100 kilómetros de costumbre. Ese año estaba mejor preparado, había corrido mucho, pude acabar mi primera media maratón y me sentía con ganas de enfrentarme de nuevo a este colosal reto. Por razones de incompatibilidad de horarios y fechas no hubo nadie que pudiera acompañarme y acabé por apuntarme solo. No pasa nada, pensé, si lo he hecho acompañado puedo hacerlo igual en solitario.

Gran error.

Al principio no te das cuenta, pero se te van echando los kilómetros encima y se hace muy pesado y muy aburrido.

Empezando por el cambio de recorrido, que la verdad, aunque es más bonito, a mi, que no tengo coche, me viene mucho peor por el tema de los accesos. Coges el tren, luego el autobús y ya estás en Comenar, sumergido en la tensión de los últimos minutos de descanso de las próximas 24 horas. Los primeros veinte kilómetros son bastante duros, con muchas subidas y bajadas, lo que normalmente llamamos un "rompepiernas". Lo que peor llevé fueron los 15km de via de tren llenos de piedrecitas que se clavan como agujas. Aún así llegué al kilómetro 36 en perfecto estado. Tras comprarme una empanadilla y una Coca-cola en un centro comercial que hay en Colmenar, arreglarme los pies y descansar un poco me puse en marcha de nuevo.

Esos 16 kilómetros se me hicieron eternos. Es entonces cuando te empiezas a hacer preguntas como, ¿qué hago yo aquí?, ¿para qué este sufrimiento?, ¿cómo es que no pasa el tiempo más deprisa?.

Ese es el mayor peligro de todos en esta prueba, la falta de motivación. Si la pierdes estás fuera. Por eso es tan importante tener a alguien al lado que te anime y te empuje a seguir.

En Tres Cantos estaba mi cuñado Fernando esperándome para acompañarme, pero ya era tarde. No tenía ganas ni fuerzas así que la aventura terminó en el kilómetro 53.

No lo dudéis, si se puede, buscad compañía. Este año no sé si volveré a caminar solo. De ahí el titulo de este blog, si me ves, salúdame. Seguro que tenemos algo de qué hablar.

viernes, 18 de mayo de 2007

9 y 10 de Junio

Bueno, bueno bueno...

Los años van pasando, crecemos y nos suceden cosas buenas y malas. Pasamos por situaciones que resultan difíciles de digerir y por otras que nos gustaría mantener siempre en el recuerdo. Pasamos largas temporadas sin correr y de repente nos entra el remordimiento y comenzamos una cuenta atrás para prepararnos para el gran día... el de los 100 kilómetros.

No sé muy bien cuál es la razón de someternos a esa tortura un año tras otro, lo único que tengo claro es que siempre repito.

Me presenté por primera vez el año 2002 en la XIII edición. Tengo muy claros cuáles son mis recuerdos de ese día. El tremendo calor que hizo, la sensación de sed tan horrible y el dolor de pies, cosa que nunca había sufrido de esa forma. La verdad es que me pasé de pedante. No había hecho deporte en muchos años y siempre de forma esporádica. Pesaba alrededor de cien kilos (de grasa, nada de músculo) y no tenía ni idea de como equiparme (el día más caluroso del año y yo vestido de negro riguroso). Como es lógico, me pegó una pajara del quince y me quedé tirado en el kilómetro 30 sin poder mover los pies. Estuve casi un mes sin poder andar bien.

A partir de ese día me dije a mí mismo que tenía que hacer algo. Si ni siquiera podía hacer 30 kilómetros andando es porque estaba muy mal. Comencé a correr, por las noches, sobre todo porque hay menos gente y te sientes más a gusto. Además mi trabajo me lo permitía. Salía a correr a partir de la 1:00 am. y me puse a recorrer las callejuelas de Madrid.

Hay algo que todos los corredores conocen y que comprenderán y es la sensación de bienestar que supone superar tus metas y lo que se disfrutan algunos momentos de carrera en los que te sientes un superhombre. Pero lo peor de todo es que esa sensación engancha y no puedes dejarlo. Una vez que ese gusanillo te ha recorrido las tripas no podrás pasar mucho tiempo sin salir. También es cierto que los comienzos son duros, qué digo duros, son incluso humillantes, deprimentes, pero pronto se ven los resultados, eso es lo bueno.

Ese año decidí correr la San Silvestre Vallecana, lleno de miedo y por probar lo supone correr 10km. La experiencia es increible. Cualquiera que la haya corrido sabrá a lo que me refiero. Toda esa gente animando, el ambiente de la carrera... es genial. No he dejado de participar desde entonces.

Y llegó el siguiente reto. No estaba preparado para correr una media (o sí, la verdad es que no me lo planteaba) porque el reto de volver a hacer los 100 era lo que me comía la cabeza.

El año anterior mi primo Sergio, que es un superdotado, lo tuvo que terminar sólo. Se hizo los setenta kilómetros restantes completamente sólo, mejor dicho, le había dejado solo. Este año tenía que redimirme. Me había preparado, o eso creía y estaba dispuesto a todo...

jueves, 17 de mayo de 2007

IX Edicion de los 100Km

El día había llegado. Estaba mentalizado. Me asomé a la ventana y algunas nubes advertían de la posibilidad de lluvias. Me despedí de mi entonces novia (ahora esposa) y me dirigí al metro donde había quedado con mi primo Sergio y su novia (ahora esposa) con dirección a "Las Musas" donde se encontraba el estadio de la Peineta, lugar de salida y llegada en ediciones anteriores. Este año se presentaba también mi hermano Oscar con su mujer y un montón de vecinos. Es más divertido cuanta más gente viene pero también te obliga a llevar otros ritmos. Por eso, cuando llevábamos unos cuantos kilómetros nos fuimos separando. Por supuesto brindé con una barrita energética cuando pasé por "mi arbol", ese en el que me quedé tirado el año anterior, cuando por problemas de hidratación me dió la tremenda "pájara", justo al lado de la estación de tren de El Goloso. Sorprendentemente este año me encontraba muy bien.

Como temíamos empezó a llover. A mucha gente le viene muy bien, a mi no. No me gusta caminar mojado. Puede ser agradable al principio, pero con el sudor la ropa no se seca y al final resulta muy incómodo. Me caló toda la ropa de repuesto que llevaba. He cometido el error todos estos años de no dejar ninguna bolsa en los polideportivos, lo llevo todo encima.

Llegamos a Tres Cantos. Un par de "Actimel", revisión de pies y en marcha. Camino a Colmenar por esa carretera eterna llena de agujeros. Cuando llegamos aún era de día. Era la última etapa para Begoña, la novia de mi primo Sergio. Mientras nos cambiábamos de camiseta y calcetines llegaba mi hermano con todos los demás. Sus mujeres que hacían de apoyo me ofrecieron un plato de ensalada de pasta que me sentó de maravilla porque uno acaba hasta las narices de las barritas. Me lo comí por el camino, no había tiempo que perder. Mi primo y yo nos despedimos de los demás hasta Tres Cantos de nuevo.

Este es el primer tramo que se hace de noche y la verdad es que tiene mucho encanto oir a las ranas, los grillos y demás gente que va cantando. Llegamos a Tres Cantos y allí estaban mi novia Eli y mi prima Arancha (hermana de Sergio). Recuerdo que después de la parada me costó horrores volver a ponerme en marcha. Era sólo el principio.

La llegada a San Sebastián de los Reyes fue un poco dura y sobre todo la puesta en marcha, parecíamos zombis. Además, como no tenía ropa de repuesto recuerdo que me dió una temblequera que no se me quitaba con nada. Metí mis manos en válgase las partes (imaginad cuales) que debido a la irritación de mis muslos era la única zona templada de mi cuerpo buscando entrar un poco en calor. Ni con esas.

Aquí empezó la verdadera prueba. Me dolía todo, los pies, los muslos escocidos, la espalda... No sabía donde ponerme la mochila. Esto no se acababa nunca. Contínuamente pensaba, en cuanto haga la próxima parada me voy a casa, yo no tengo que demostrar nada a nadie, ya he hecho más de lo que pensaba que podría hacer. Pero claro, quedarse al lado de un tío de la organización que tiene una mesa en medio de la nada no era lo que más me apetecía. Así que sigues andando.

De repente empiezas a reconocer el terreno, hace tiempo que ha amanecido. Estás en IFEMA, kilómetro 92. En este momento no te vas a parar, solo quedan unos kilómetros para llegar.

Madrid está vacio, a lo lejos puede verse la Peineta. La calle se ve regada de zombis andando como muertos. Yo también soy uno de ellos. Se me hace eterno, el estadio no llega nunca. De repente una cuesta arriba muy larga me acaba de hundir. Sergio sube corriendo (ya había dicho que era superdotado) mientras, yo sigo andando como puedo y me noto que estoy haciendo pucheros. El dolor es imposible describirlo si no has estado en esa situación. En lo alto de la cuesta me espera Sergio riéndose. Cuando llego a su altura me doy cuenta de por qué se reia. El estadio de La Peineta está a escasos 300 metros. Se me olvidan todos los dolores, camino como si nada y entramos en el estadio. Se oye a lo lejos el Aleluya de Haendel y entramos en la pista. ¡Qué subidón!. Decidimos hacer la última vuelta corriendo (como puedo) y cruzamos la meta y la cinta que dos chicas te sujetan (es un detallazo).

Te dan el diploma y un polo cutre, que para tí es el mejor reconocimiento del mundo. 19 horas y 50 minutos. Mi hermano llegaría dos horas más tarde con Mónica, su mujer y sin nunguno de los vecinos que habían ido cayendo por el camino.

Recuerdo que cuando llegué a casa le pedí a Eli que no me dejara hacer esto nunca más.

Y aquí estamos. A los quince días ya estaba pensando cómo lo haría el año siguiente.